


Arrastrándome, dulce y necia cobardía.
Ocultándome en el más recóndito rincón donde la oscuridad no me alcance y donde la luz no me pueda iluminar,
¡Enciérrame!
Enciérrame bajo siete llaves en el caparazón más duro, del que sea imposible salir.
¡Aunque, ya escapé una vez!
Hazme ciega, muda y sorda, pero que no tenga que sufrir con el pesar que me rodea.
Miénteme y dime que hago bien, aunque cometa el más negro error.
Y entonces, cuando me tengas aislada ya de todo, átame de pies y manos y amordázame.
¡Arrójame a la ardiente pira de mis errores para que me consuma y pueda, por fin, descansar!

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