Imaginaciones
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Imaginaciones

Ya habían pasado cinco meses desde que se fue Alejandro y no había conseguido olvidarle todavía.

No comía, ni estudiaba, ni salía a la calle, ni tenía ganas de hablar con nadie. Mis relaciones en el instituto habían empeorado muchísimo. En los estudios ya no sacaba buenas notas y en la amistad… ¡bueno!, no es que yo fuera muy amiga de Miguel, Jéssica y Erick, pero, por lo menos, ¡me hablaban! Pero desde que él se fue no lo hacía ni con ellos, ni con nadie.

Solo quería estar sola. Yo sola. Nada más. No me importaba si el mundo se acababa mañana. ¡Ya no me importaba absolutamente nada! Aunque, si he de ser sincera, sí había una cosa que me importaba: ¡mis sueños! Aunque, en realidad, no eran sueños, eran pesadillas.

Todas las noches la misma imagen me perseguía: Yo sola, en el bosque, y esos extraños seres, ¡tan hermosos y perfectos! ¡Matándome! ¡Siempre conseguían matarme!

Ayer cogí el coche para dar una vuelta, no quería que mi padre me agobiara con la misma charla de siempre. Su soniquete se me hacía insoportable. Desgranaba sus argumentos y concluía:

-¡Tienes que vivir!

Sólo quería eso «tienes que vivir». ¿Tan mal estaba? ¿Tan mal me veía? A mí, en realidad, poco me importaba.

Abrí la ventanilla del coche para que me diera un poco el aire. Conducía sin rumbo, sin un lugar fijo a donde ir. No había nadie que me estuviera esperando. Solo existíamos yo y mis mis pensamientos.

Pensaba en mi vida anterior y en el cambio tan grande que había vivido. Rechazaba siempre cualquier pensamiento sobre Alejandro, pero soy conciente de que lo necesitaba. Necesitaba recordarle aunque fuera duro y doloroso. ¡Muy doloroso!

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De pronto, ¡lo inesperado! En medio de la carretera un chico me miraba fijamente. ¡Era él! ¡Solo, estático y con sus ojos verdes, preciosos, atentos a los míos. ¡Alejandro! ¡Hermoso! ¡Perfecto! ¡Cómo aparecía siempre en mis recuerdos inconscientes!

Pero en aquella imagen había algo diferente. Era más viva, más nítida, mucho más real. Podría jurar que él realmente estaba allí, frente a mí, en el centro de la calzada, observando mis reacciones. Pero yo estaba paralizada. Detuve el coche de forma instintiva y ya no pude moverme. No reaccionaba. Me notaba fría, paralizada, sin saber qué hacer.

Noté brotar lentamente las lágrimas de mis ojos. Sentí como resbalaban suavemente por mis mejillas hasta alcanzar mi boca. ¡Lloraba! ¡Estaba llorando!. Pero no sentía nada y mis ojos, nublados por el manantial húmedo de mis llanto, apenas vían con claridad. Pero él seguía allí. Quieto y silencioso. ¡Sin desviar su mirada!

De nuevo experimenté aquello que había dejado de sentir hacia ya cinco meses. No sé que me ocurrió, no sabría explicarlo, era una sensación nueva. ¡Me sentí viva otra vez! Sentí que era un ser humano y no el triste cuerpo que no sabía nunca donde ir.

Abrí la puerta y corrí hacia aquella figura amada. ¡La sangre corría violenta por mis venas impulsada por un corazón que golpeaba fuertemente contra mi pecho. Todos, todos mis músculos estaban ávidos para correr con toda su potencia.

Me detuve frente de él. Solo nos separaban unos pasos. Le vi con toda claridad. Ni las lágrimas que desbordan mis ojos y producían una tenue neblina sobre ellos, me impedía ver con toda nitidez aquello que yo quería contemplar.

No sabía qué hacer. ¿Debía acercarme o no? Una parte de mi me impulsaba a saltar a su cuello y besarle, besarle de nuevo para sentir sus labios perfectos contra los míos. Pero él no me movía y yo sabía que aquello solo era una ilusión, una de las más bellas visiones que pude tener nunca. No quería caer en la desilusión. Me negaba a reconocer que la escena era irreal. ¡No podía matar esta ilusión!

Alejandro comenzó a hablar. Noté cómo mis piernas temblaban. Escuché su voz, ¡su dulce voz! ¿Cómo era posible? Yo estaba allí, de pie frente a él después de cinco meses. El sonido de sus palabras me parecía celestial. No sabía explicar cómo me sentía, pero era la sensación más viva que tuve nunca.

Sus labios perfectos, algo amoratados por el frío, me dijeron con ternura:

-Siempre estaré contigo, siempre te esperaré.

Las lágrimas acudieron ahora en cascada a mis ojos. Casi no podía verle. Mi parálisis se hizo más patente mientras su perfecta imagen se desvanecía. Mi alma se debatía entre dos ardientes sensaciones: felicidad y frustración. Habia vuelto, me había hablado y, otra vez, me había dejado.

Entré en el coche y me apoye en el volante. Necesitaba algo donde agarrarme. Mi llanto lo inundó todo. No podía asimilar lo que había sucedido. ¡Me había hablado su imagen dulce! ¡Me había hablado! ¡Lo había visto a los cinco meses de su muerte!

Llegué a casa y subí directamente a mi habitación. No me sentía con fuerzas para prepararle la cena a mi padre. Esa noche se las tendría que arreglar solo. Me acosté en mi cama boca arriba. Las lágrimas no cesaban. ¡Era todo tan extraño! ¡No podía dejar de repetir en mi cabeza las palabras que me dirigió:

-Siempre te estaré esperando.

¿Qué quería decir con eso? No comprendía lo que me había pasado ese día, pero había una cosa de la cual si estaba segura, él aun me seguía queriendo, él me esperaría lo que hiciera falta. Y yo también le esperaría hasta que mi corazón dejara de latir.

Fueron pasando los años. Ya no era joven como cuando vi a Alejandro. Mi pelo castaño se había vuelto de un tono blanco intenso que parecía nieve. Mi piel ya no era lisa y suave. Miles de pequeñas arrugas me recorrían el rostro y el cuerpo. Mi padre murió años atrás. Desde entonces vivo sola. No me casé, ni tuve los hijos que tanto anhelaba. No cumplí mi sueño de ir al altar de blanco, cogida al brazo de mi padre y avanzando por un gran pasillo hacia donde estaba mi futuro marido. No hice nada de eso. No tuve fuerzas para hacerlo. Siempre estuve pensando en Alejandro. Nunca pude alejar sus palabras de mi cabeza:

-Siempre te estaré esperando.

Ya no tengo fuerzas para seguir luchando, me siento vieja y cansada. Soy consciente del deterioro de mi cuerpo y me gusta, me gusta que vaya acabando todo esto. Estoy cansada de estar sola y, sobre todo, tengo unas ganas inmensas de volver a reunirme con mi único y gran amor, el que me prometió que siempre me estaría esperando.

Aquella noche me sentía mal, más cansada de lo habitual. Era algo raro. Me acosté más temprano y sentí un ligero pinchazo en el pecho. Luego todo se nubló. Después percibí una luz muy brillante que le iluminaba a él en medio de un paisaje hermoso y cálido.

¿Como era posible? ¡Estaba igual que la última vez que le vi! Su cabello moreno cuidadosamente peinado, sus ojos verdes, del color de la hierba fresca, sus labios ligeramente morados… ¡Como yo siempre lo había recordado! Con su piel, pálida y suave, seguía siendo joven.

Avergonzada por mi aspecto quise mirar mi ropa descuidada pero, ¡oh, prodigio!, ¡yo también tenía diciocho años! Mi cabello era otra vez largo y castaño y mi piel suave y sin arrugas. ¡Y me sentía ágil y llena de vida!

Él se fue acercando con esa típica sonrisa que sabía me hacia enloquecer. Me puso sus manos en la cara, alzándola hacia sus labios. ¡Y volví a sentir los suyos, jugosos, besando los míos! Cada una de mis terminaciones nerviosas cobró vida. Circuló otra vez esa adrenalina que hacía años no sentía.

Me soltó mara mirar lo más profundo de mis ojos.

-Te dije que te esperaría.

Mis ojos se volvieron a inundar de lágrimas. ¡Me había esperado! ¡Estábamos juntos después de tantos años! ¡Era feliz! Secó con sus besos la humedad de mis mejillas.

-Siempre estaremos juntos.

No sabría deciros donde estoy ahora mismo, pero es el sitio más hermoso que pude ver nunca. ¡Y estoy con él, solo con él!

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