
Besó mi cuello, empezó a tocarme por encima de la ropa, luego debajo de esta. Alcanzó con sus dedos hasta mi parte más íntima y los introdujo. Entramos a su cuarto y algo en mí─que a día de hoy desconozco─, me hizo huir.
Podría ser el inicio de una novela erótica, alguien nervioso por tener sexo, algún miedo a la primera vez, pero esto no es fantasía, es mi realidad.
Esta situación la viví con diez años, la persona en cuestión ─por no llamarlo de otro modo─, tenía sesenta y tres.
No me hace falta cerrar los ojos para acordarme de mi acosador, ni el lugar, pero si varía un poco el cómo me sentí.
Con diez años no es ningún niño consciente, ni conoce la plenitud del sexo. Tiene una bonita inocencia que gente de esta calaña hace que se rompa. No solo la inocencia, sino muchos esquemas de tu vida y de ti mismo.
Me he llegado a sentir sucia, humillada, avergonzada, responsable, víctima…, y millones de aspectos más.
No es fácil descubrir lo que te han hecho, hay casos extremos que llegan a bloquear las mentes por no querer revivir todo ello.
En mi caso, el silencio duró hasta los dieciocho años, cuando supe que no seguiría viendo a mi acosador. ¡Un alivio muy grande para mí!
Hay cosas desoladoras, pero el contarle a tus padres eso, no tiene descripción. Lo haces con vergüenza, con miedo, con lágrimas, con ansiedad…
Y encuentras en sus ojos un dolor muy profundo. Algo que tenían dentro, se rompió.
Sin duda hablar de ello te sana. Es un peso enorme que te quitas de encima, ¡pero no es fácil!
Para cualquier padre encontrar consuelo a ello es difícil. Tiene tantos sentimientos encontrados, que, si fuesen propios, habría un momento en que se manejarían, pero cuando a tu hijo le hacen eso, no hay manual que te diga cómo sobrellevarlo.
Esta historia tiene dieciséis años, pero es una triste realidad que veo día a día.
Yo, con diez años, no pedí ese abuso, ni ahora, con veintiséis, pido que sobrepasen los límites por la ropa que llevo, por mi actitud o por las fotos que subo. ¡No es no, ante cualquier situación!
Ahora tengo voz y conciencia para frenar ciertas situaciones, pero hay que crear conciencias limpias, respetuosas, para evitar más y más casos.
Porque soy hija y algún día me gustaría ser madre, espero dejar a mis hijos un mundo más humano, con menos miedo y, sobre todo, con mejores valores de parte de todos.
Solo me queda decir que jamás le desearía, a gente de esta calaña, que a algún familiar suyo le ocurriese eso, porque el odio solo genera más odio.
Y a todas las personas que pasan por esto, decirles que no somos culpables, que no valemos menos, que nos van a abrazar tan fuerte que confiaremos de nuevo en las personas, y que nos van a contener en todo el proceso.
Hay que mirar hacia adelante y luchar por nuestra historia, por las miles de historias que llegarán a nuestros oídos y por «El Progreso» de un mundo con más calidad humana y menos destrucción.
¡Luchemos por la valentía de afrontarlo todo y seguir hacia adelante!
Por el respeto, por la inocencia, por el amor puro y verdadero y por las buenas personas.