¿Y ahora qué?
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OPINIÓN

¿Y ahora qué? Reflexiones de una menor «acogida»

El texto que sigue ha sido remitido por una amiga, Licenciada en Derecho con muchos años de experiencia profesional que ruega permanecer en el anonimato, sólo pretende aquello que su título afirma: proponer una reflexión, aún somera, en torno a los protocolos de detección que inician las actuaciones ejecutivas de los llamados «Servicios de Protección» de las Administraciones Públicas sobre colectivos amenazados, maltratados o en riesgo de exclusión social (menores, mujeres, ancianos…), las estrategias de actuación que se siguen de ellas y los mecanismos de control y evaluación de las medidas aplicadas para evitar que concluyan en situaciones de mayor deterioro y daño personal que aquellas que se pretendieron subsanar.

Cualquier incremento presupuestario o de personal especializado debe, indudablemente, repercutir en la mejora de la atención prestada, pero ¿es seguro que se obtiene el máximo rendimiento de lo que ya se dispone? Una mirada atenta al entorno cercano puede, lamentablemente, mostrar indicios de que no siempre ocurre así. En ocasiones un error de interpretación, una cualificación inadecuada o, incluso, una negligencia irresponsable, no solo hacen inalcanzable el objetivo perseguido, sino que conducen a escenarios de tragedia irremediable.


─¿La has visto? ¡Está más seca que el humo!

Oyó murmurar a las vecinas cuando subía la escalera hasta la habitación que había alquilado en un quinto sin ascensor. Hacía un calor espantoso, y la subida la había dejado exhausta. Tercer día que salía a buscar trabajo y, como siempre, vuelta con las manos vacías y la angustia que se siente cuando te acercas al abismo.

Hoy tampoco había comido, y seguramente no lo haría. Su ansiedad le impedía tragar. Además, solo tenía doscientos euros, si los gastaba, no podría pagar la habitación un mes más y eso, ¡era volver a la calle!

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Tenía unos recuerdos muy vagos de su infancia, pero el terror nocturno que sentía nunca la abandonó. Sus padres vivían en la calle, mendigaban y comían los restos de comida que encontraban en las papeleras. Siempre estaba en el suelo. Ellos tumbados cerca, pero como en otra dimensión, quizá drogados o bebidos. Ella nunca lo supo, ¡era muy pequeña!

Un día llegaron dos hombres. Uno de ellos, con su uniforme azul, era imposible de olvidar, el otro no tenía ningún rasgo distintivo. Y una señora, ni mayor ni joven, ni guapa ni fea, nunca recordó su cara, pero sí el dolor lacerante de la separación. Su madre arrastrándose por el suelo, llorando desconsoladamente, agarrada a la falda de la señora que la llevaba entre sus brazos, fueron imágenes recurrentes a lo largo de los años.

En sus sueños, su madre en un grito transido de dolor y su padre ausente, la persiguieron siempre. A partir de ese momento fue de centro en centro, de familia en familia, nadie se quedaba con ella. ¡Era traviesa, mal encarada, fría, y sobre todo… muy desgraciada!

Jamás la quisieron lo suficiente como para conjurar el dolor que le hacía detestar todo y a todos. Su madre alguna vez fue a visitarla, después, se esfumó en la niebla, como si nunca hubiese existido.

A su padre nunca lo volvió a ver, alguien le dijo que había muerto de una sobredosis. Ella no sintió nada, no recordaba su rostro, ni una caricia o un beso.

Finalmente, cuando dejó la escuela, la llevaron a un colegio de religiosas en el que tuvo la oportunidad de hacer unos cursos de peluquería y estética. Ellas eran muy conscientes de que pronto cumpliría años, y tendría que vivir por sus propios medios. Y, ¿qué mejor solución, que unos estudios fáciles y con futuro?

Ella aún no era consciente de lo que le esperaba. Con la pubertad el tiempo cambió de velocidad. Los días y las horas se evaporaban al ritmo del agua bajo el sol abrasador del verano, y ¡hela aquí!, con 18 años, sola, más seca que un misto y buscando un salón de estética donde ganarse el pan.

De momento hoy no comería y lloraría sola con la cabeza bajo la almohada, ¡como hizo siempre!

¿Y mañana? ¡Buscar!

¿Buscar un trabajo digno con la formación recibida? ¡Dificil! ¿Qué alternativas le quedan?



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