Después de Dios, la casa de Quirós
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El funcionamiento de la mente es, cuando menos, sorprendente. De poca utilidad resultan a veces las teorías descriptoras de los mecanismos que actúan en cada caso para justificar la producción de determinadas secuencias de fenómenos. Por lo menos en lo que a mí respecta, después de dedicar muchos años a profundizar en los circuitos de asociación y evocación de recuerdos con la intención de alcanzar un nivel de conocimiento que me permitiera diseñar un nuevo y personal algoritmo de cálculo para predecir usos lingüísticos –disponibilidad léxica– que se constituyó en el eje central de mi tesis doctoral.

Esta mañana, mientras revisaba las novedades recogidas por la prensa, me he visto bombardeado por infinidad de notificaciones remitidas desde redes sociales relacionadas con el mundo de la educación y la docencia. Un conglomerado que ha tenido el efecto de recuperar en mi memoria un recuerdo entrañable de la infancia:

Acabo de cumplir diez años y estoy feliz. ¡He superado la prueba de Ingreso que otorga el permiso para iniciar bachiller, en mi caso, aquel de las dos reválidas! Un imponente acto oral, con público presente, frente a un tribunal examinador constituido por varias personas bien trajeadas y de aspecto serio y concentrado. Cerca de nosotros –los examinandos– D. Manuel, nuestro «maestro de escuela», ha aportado con su sonrisa la confianza necesaria para mantenernos fuertes y seguros en todo momento. Ha pasado el mal trago y me siento contento, pero sobre todo mayor.

Luego, un evento en el salón de actos del Instituto. Una impresionante sala de elevadísimo techo con ventanales cerrados por vidrieras multicolores protegidas por fastuosos cortinajes de terciopelo azul, ocupado por hileras de cómodas butacas tapizadas en el mismo tejido y color dispuestas al modo de los míticos teatros Cervantes o Apolo –del que mi padre por aquel entonces ejercía como empresario– con respaldos reversibles para facilitar a los asistentes atender tanto a la tribuna académica, situada a la derecha, como al escenario, ubicado a la izquierda, sobre el que, ese día, un grupo de alumnos de sexto curso dirigidos por el catedrático de Lengua y Literatura D. Pascual González Guzmán, que ha heredado la difícil tarea de continuar la labor de Dª Celia Viñas Olivella, pone en escena la obra de Carlos Arniches La casa de Quirós en la que el personaje principal, un padre que no ve con buenos ojos la relación de su hija con un joven de condición social inferior, repite una y otra vez un argumento irrebatible para justificar su frontal oposición: «Y es que después de Dios, solo la casa de Quirós». Frase que, por esos misteriosos circuitos neuronales que cruzan nuestros almacenes de memoria a corto y largo plazo, es primero evocada y luego actualizada en la variante: «Por encima de Dios, sólo Sánchez Castejón».

Después, por mor de la magia que mueve el caprichoso camino de los estímulos asociativos, mi pensamiento recupera a la ministra Celaa y su ley, los muchos suspensos con que se accede a la EvAU, el inacabable debate en torno a educación pública/privada/concertada, la reclamación constante –más justificada por cuestiones laborales que por su efectividad práctica– de reducciones drásticas de ratios e incremento de profesorado de los interinos como único remedio para restañar la falta de operatividad y descrédito que vive la Escuela…

Y, en otro giro del pensamiento, la mente recupera hasta un primer plano del recuerdo la imagen y el carisma de aquellos profesores, orgullo de la Educación Pública, capaces de trabajar, ¡y muy bien!, con más de cuarenta adolescentes y jóvenes en el aula –no recuerdo que en mi grupo la cifra bajara de cuarenta y tres nunca–, tan vitales, ocurrentes y divertidos como puedan ser los de hoy.

Imposible olvidar aquel día en que los zánganos de los últimos cursos, animados por las reinas que recibían sus clases en el último piso, subieron a pulso hasta la primera planta del centro el micro-coche –un Biscuter de primera generación– de aquel genio enseñando matemáticas que fuera D. Francisco Saiz Sanz. Una anécdota resuelta sin aspavientos, enfados ni sanciones, al contrario, risas –«buen rollo» se diría hoy– y la sola penalización de devolver el vehículo a su medio natural: la calzada. ¡Qué admiración sentíamos los pequeños hacia aquellos colegas mayores!

D. Antonio Cabrera, D. Baldomero Gallego, D. Ignacio Cubillas, D. José María Artero, Dª Micaela Montilla –peculiar, indescriptible, única–, D. Ángel Frigola, Dª Concepción Zorita… Un elenco de docentes, la mayoría catedráticos, con plaza ganada en las duras oposiciones de antaño, sin baremos complementarios correctores, ajustadas al principio básico: ¡Tanto sabes, tanto vales! ¡Qué privilegio y qué honor haber crecido intelectualmente bajo la tutela y enseñanza de aquel magisterio!

Orgullo que, agradecido, tuve ocasión manifestar ante el tribunal encargado de valorar mi tesis doctoral y su defensa. Entre sus miembros, con rango de embajador, el Ilustre Secretario General de las Academias de la Lengua, el órgano coordinador en torno al que se agrupan todas las instituciones de ese carácter de la comunidad hispanoparlante. Otro, un destacado Catedrático de Estadística, rector de una conocida Universidad, pregunta:

–No es habitual que un lingüista esté capacitado para diseñar por sí solo una estructura de cálculo como la que propones, ¿qué estudios matemáticos has cursado para alcanzar ese nivel?

La respuesta sale, orgullosa, del alma:

–Mi formación numérica procede exclusivamente de lo adquirido en bachillerato. Por eso este trabajo está explícitamente y literalmente dedicado a todos aquellos que me educaron entonces, antes y después.

Llegan más alertas a la pantalla del ordenador. Ahora son comentarios jocosos y viñetas satíricas de talante insultante en torno a una noticia: la petición que hace algún grupo político con voz en cierta comunidad autónoma para que se reglamente –¡antidemócratas ellos! –, algo tan disparatado e insultante como es la audición del himno nacional español en el transcurso de determinados actos académicos de carácter relevante. Y yo me veo con mi familia durante la madrugada de un 13 a un 14 de julio en París recorriendo, con nuestra furgoneta hippie adaptada, la Plaza de la Estrella y los Campos Elíseos entre una vorágine de vehículos engalanados con banderas y escarapelas francesas que lanzan al aire La Marsellesa con toda la potencia de sus equipos. Para contribuir a la fiesta, nosotros aportamos lo más afrancesado que tenemos a mano: un repertorio de canciones de Luis Mariano y Edith Piaff.

Sobre ese mismo tema, me llega una imagen, graciosa ella, donde un niño canta «Lailo, lailo…» ante un profesor, de «ultraderecha» naturalmente, que de inmediato responde: «Aprobado». Y rememoro a una muchedumbre enfervorecida envuelta en la bandera española en el único lugar en que parece estar permitida: un campo de futbol. Y repaso la última letra conocida del himno, la de José María Pemán. Tachada de «franquista» por la exquisita y culta progresía, como los almirantes Churruca o Alcalá Galiano o la ciudad de Toledo, pese a que fuera escrita en 1928 y no encontrar en ella un solo detalle reprochable o antidemocrático, a menos que se catalogue así su alabanza a la unidad, al trabajo y a la paz, en franca disonancia con su homólogo francés marcado por la sangre, la guerra y la violencia ensalzadas en grado sumo.

Nuevos avisos. Ahora es información e imágenes sobre el desarrollo de las primeras pruebas EvAU. ¡Asombroso! ¡Textos mutilados! ¡El alumno ha de rellenar huecos en párrafos con las palabras, conceptos o fechas adecuados! Y visualizo el boletín de calificaciones de la pequeña Sofía que avala con un «excelente» su capacidad para colorear una silueta de Mickey Mouse sin «bigotes», es decir, sin sobrepasar las líneas límite del dibujo.

Medido así el grado de madurez intelectual del aspirante a universitario, se entiende el caótico y conflictivo desarrollo de los primeros años de formación superior que protagonizan sectores cada vez mayores de estudiantes sin las competencias básicas imprescindibles, que concluyen en protestas y denuncias contra el profesorado para que les valore con el mismo criterio, en cuanto a nivel de conocimiento, esfuerzo y dedicación, que se les exigido hasta ahora, es decir, ninguno.

El problema para el docente no es menor. Al margen de la responsabilidad moral que implica su toma de decisión, puede incurrir en un ilícito de falsedad en documento público si certifica con su firma en un acta de evaluación la superación del umbral mínimo exigible para aspirar a títulos de medicina, ingeniería, arquitectura, magisterio…, cuando eso no es cierto. Para colmo, el Ministro de Universidades se declara dispuesto a devaluar la dignidad académica abriendo la puerta de acceso al Rectorado Universitario a quienes no tienen acreditada siquiera una cátedra acompañada de un currículum investigador y docente mínimamente brillante.

En otro orden de cosas aparece el problema en Ceuta y Melilla, marcado por la visión política y excelente coordinación interministerial –Presidencia, Exteriores, Interior, Defensa…– que destaca en nuestro Gobierno, y el sainete –¡esperemos que no derive a drama! – de los permisos humanitarios, las documentaciones falseadas, los aviones que vienen, los aviones que van, lo aviones que retornan… Momento histórico que, sin duda, será recordado para la posteridad en el próximo cómic monográfico del incombustible Ibáñez como una hilarante aventura más de Mortadelo y Filemón y el resto de personajes de «La pandilla de la TIA».

Hay más y más novedades, pero yo empiezo a caer en la depresión y, francamente, no merece la pena. Hay que desconectar, pero no dejo de pensar en los extraños caminos que sigue la mente con permiso del consciente o sin él.

Y, al hilo de esto, ¿no estaremos interpretando mal el sueño espacial de Pedro Duque? La futura Agencia Espacial Española puede servir para instalar en la Luna un refugio que permita escapar de este país regido por la mayor comunidad de «lunáticos» del mundo.



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