¡A nuestros puestos, hay elecciones!
Mundo_alrededor.jpg

OPINIÓN

Tanque.jpg

Dirijo este punto de reflexión a ese colectivo de docentes que de manera habitual, intensificada en momentos clave cercanos a cualquier llamada ciudadana para la toma de decisiones democráticas relevantes, atribuyen, a través de las innumerables redes sociales por las que pululan, todos los males del fracaso incontestable de nuestro sistema educativo a cuestiones políticas e ideológicas que ilustran de manera recurrente con argumentos «comodín» que lo justifican todo.

Una supuesta ratio elevadísima, que puede aparecer, efectivamente, en casos aislados y muy puntuales, pero que no es en absoluto norma ni promedio estadístico, salvo que se considere el atender a veintisiete alumnos como un reto profesional insalvable. Desde luego no lo es fuera del ámbito de las «generaciones logse», esas que se autodenominan «mejor preparadas de todos los tiempos». Su propuesta: acabar con centros concertados, precisamente, y esto sí es un dato contrastable, los que mayor demanda de plaza experimentan para vergüenza y escarnio de los centros públicos.

Se suelen sumar a esta argumentación de base otras muy significativas. La carencia de aire acondicionado en las clases («imposible trabajar con este calor»; «¿qué vais a hacer cuando llegue junio?»…), o el agobio que supone atender a los padres «helicóptero».

La denominación «padre helicóptero» se está imponiendo para señalar a aquellas familias interesadas por los contenidos y valores que los centros fomentan. Se está cuestionando así muy duramente el deber paterno de tutelar la formación de sus hijos. Y para justificar tal crítica, se acude al derecho inalienable del alumno a decidir por sí mismo acerca de su vida y futuro olvidando nimiedades tales como edad o nivel de maduración individual que, personalmente, debido a una escasa formación intelectual y un importante alejamiento del universo progresista «cool», me parece un canto a la instrumentalización de la escuela lejos de su objetivo fundamental, el desarrollo personal y social del individuo sobre el que actúa, para convertirla en una herramienta esencial de adoctrinamiento según el interés de «su» modelo de Estado, al estilo de la antigua Esparta y a los, más cercanos, paradigmas educativos hitlerianos, stalinistas o independentistas catalán.

En estos ámbitos, cualquier ejercicio de autocrítica brilla por su ausencia y la formación docente queda en entredicho. Causa el sonrojo del auténtico «maestro» pertenecer al mismo cuerpo que aquel docente que se queja del excesivo ruido de su clase y confiesa públicamente su incapacidad, o poca disposición para atajarlo, o del recaba información sobre cómo y dónde conseguir cursos de acceso a determinadas titulaciones y másteres, válidos como mérito para las oposiciones, pero «poco exigentes en sus contenidos y desarrollo».

Es entristecedor contemplar cómo agoniza la pedagogía del esfuerzo aplastada por el crecimiento del monstruo hedonista que establece en el derecho a la felicidad material y momentánea la meta última que se encuentra en la razón de ser de nuestra existencia y que «otros» tienen la obligación de proporcionar. ¡Es que «yo lo valgo»!



Envía un comentario



Si no se indica lo contrario, el contenido de esta página se ofrece bajo Creative Commons Attribution-ShareAlike 3.0 License