¿Es cíclica la historia?
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Introducción

¡Desesperación! ¡Aburrimiento! ¡Quizás ambas cosas a la vez!

La búsqueda de estrategias para minimizar el dolor que ocupa el momento sincrónico de nuestra realidad temporal, me llevó hoy a localizar en el cajón de recuerdos fotográficos otros instantes más placenteros. Pero, como dice el refranero, «el hombre propone y Dios dispone». Lo que el azar ha puesto en mis manos ha sido esta fotografía de aquellos, ¡tan lejanos!, tiempos de estudiante rebelde. El individuo anacrónico y extraño de la imagen soy yo con unos cuantos años menos.

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Muestra a un grupo de «artistas» aficionados sobre el escenario del «Teatro Apolo» de Almería, el original, representando «La plasmatoria», una comedia en tres actos de D. Pedro Muchoz Seca. Y, ¡oh sorpresa!, la evocación del momento me recuerda aquello de que «todos los caminos conducen a Romaۛ» y que «nada hay nuevo bajo el sol».

Para justificar las últimas afirmaciones rememoro un fragmento del texto que tuvimos que recitar (parte de los diálogos y monólogos eran en verso), en aquella ocasión.

Síntesis de la obra

Don Juan Tenorio retorna a la vida (es «plasmado»), gracias a los oficios y artes quasi mágicas de Rigomaro, «teósofo», que encabeza y dirige al conjunto de orgullosos «descendientes» del conocido personaje de Zorrilla, quienes se mueren de ganas por conocerlo a fondo y de presumir ante el mundo del origen de su linaje.

Lamentablemente, la «plasmación» se concreta en el año 1935, una época cuyos valores y modos de vida tienen poco que ver con aquella que disfrutó el insigne caballero. La manera de sentir el honor, la amistad, la lealtad…, incluso el amor, del que siempre fue genio y maestro, han cambiado. ¡Si hasta se ha legalizado el divorcio!

El desconcierto en la persona del reencarnado llega al paroxismo cuando, enamorado de Tina, «ex» de Enrique, ve como fracasan con ella todas las artes seductoras que le catapultaron a la categoría de mito universal.

Así, el nuevo Don Juan se convierte en un problema. ¡Es imprescindible devolverlo al mundo etéreo del que lo trajeron! Pero él se niega.

Los libros de la «biblioteca teosófica» del patriarca tienen la solución para el caso. Los «plasmadores» habrán de invocar por tres veces a los dioses con la palabra «abracadulia» y el «plasmado» responder en todos los casos con un «nunca» estridente.

Y sucede esto:

El Texto: Acto III. Final

Salón de casa. Tina, Enrique, Rigomaro, Adrión y D. Juan

TINA.—(A Enrique.) Y escucha, vida mía: y estando divorciados; ¿qué tenemos que hacer ahora? ¿Volvernos a casar?
ENRIQUE.—¡Quita, mujer! Nosotros estamos casados y no hemos dejado de estarlo nunca porque por encima de las pobres leyes de los hombres está la ley de Dios. (Vuelven a besarse.)
DON JUAN.—(Mordiéndose la mano.) ¡Áh!
RIGOMARO.—Bueno, Juanete: has quedado peor que el cegato, ¿eh? Porque él no es más que un pobre ingeniero sin trabajo, pero tú eres don Juan Tenorio y has perdido tu cartel. Vamos; anímate. ¿Quieres desplasmarte?
DON JUAN.—(A gritos.) ¡No!
¡Cállate, Carrasco inmundo,
que si el amor se burló
de don Juan, aun en el mundo
tengo mucho que hacer yo!
RIGOMARO.—No seas tonto, hombre. Si el vivir no vale la pena. ¿Qué es lo que ves en todas partes? ¡Chanchullos!
DON JUAN.—¡Los descubriré!
RIGOMARO.—Atracos.
DON JUAN.—¡Los castigaré!
CASTO.—Traiciones.
DON JUAN.—Las vengaré.
ADRIÓN.—¡Dejarle! ¡Tiene razón! ¡Que viva!
TODOS.—¿Eh?
ADRIÓN.—¡Sí; que viva! Porque si hace eso le esperan el poder y la gloria.
DON JUAN.—¿A mí?
ADRIÓN.—Claro. Además, como corre por España su teoría maquinófoba y eso de la vuelta a la Edad Media, tendrá muchos partidarios que querrán ensalzarle, elevarle y engrandecerle para que sea el salvador de la patria y el hombre del porvenir. .
DON JUAN.—¡Ole! ¡Acepto! ¡Sí! ¡Que me den mando! ¡Mando! ¡Que me den mando! (Voces dentro de "Viva don Juan Tenorio".)
TODOS.—¿Eh?
DON JUAN.—¿Qué gritan esos malditos?
TEODORO.—(Entrando por el foro.) ¡No tema nada, don Juan! Son vítores. Han llegado comisiones de todos los pueblos de la provincia para llevarle a usted en triunfo a la capital y presentarle diputado.
DON JUAN.—¡Dioses! ¡No! ¡Jamás! ¡Que me desplasmen!
RIGOMARO.—¡Qué honor para la familia, Juan! ¡Tú en el Congreso!
DON JUAN.—¡¡No!! ¡¡Diputado, no!! ¡¡Al Congreso, no!!
RIGOMARO.—Tú discutiendo, votando, interpelando.
DON JUAN—(Luchando consigo mismo.) ¡No!
RIGOMARO.—¡Tú saltando por los escaños cuando te llamen imbécil!
DON JUAN.—¡Calla!
RIGOMARO.—¡Tú ministro, a lo mejor, cinco o seis días!
DON JUAN.—¡No! ¡Político, no!
ADRÍON.-—(A todos.) ¡Decid "abracadulia" con nosotros!
DON JUAN:
¡La política es un lodo
que destruye, mancha y trunca!
¡Aquí se puede ser todo,
pero político, nunca!
TODOS.—¡Abracadulia!
DON JUAN.—(Buscando por donde desaparecer.) ¡Nunca!
TODOS.—¡Abracadulia!
DON JUAN.—¡Nunca!
TODOS.—¡ Abracadulia!
DON JUAN.—¡Nunca! (Desaparece, al fin, por donde apareció en el acto primero.)
TODOS.—(Respirando satisfechos.) ¡Ah!
EFIGENIA.—¡ Gracias a Dios!
BARTOLO.—¡Vaya, hombre!…
PANCHITA.—¡Que tardemos en verlo muchos años!
TEODORO.—Bueno: supongo que se habrán ido con él los espíritus, ¿no? ¡Pues anda y que los zurzan! (Suena una bofetada espantosa y cae en brazos de los que están cerca de él.)
TODOS.—(Asustados.) ¡ Abracadulia!
RIGOMARO.—(Estentóreamente.)
¡Abracadulia, no!
¡Abracadabra!
¡¡Pitágoras el excelso
ha cumplido su palabra!!

TELÓN

Epílogo

No hacen falta comentarios. Es curiosa la forma como nuestra red neuronal selecciona, gestiona y asocia los elementos que conserva en sus almacenes de memoria de acuerdo a las percepciones y estímulos que, aún de forma incosciente, recibe. Si acaso, recordar que Pedro Muñoz Seca, según dicen sus biógrafos, fue denunciado ante el Estado como enemigo de la República en base a la peligrosidad ideológica subyacente en las tramas de sus muchas obras. Preso, por ello, y después de un penoso recorrido por cárceles de Barcelona, Valencia y Madrid, fue condenado a muerte por un tribunal popular. La sentencia, por fusilamiento, se lleva a efecto el 28 de noviembre de 1936 en Paracuellos del Jarama. Conocedor de la inminencia de su destino, este prolífico autor, del que Valle Inclán se decía admirador, dedica sus últimas palabras escritas a su mujer en una misiva de despedida conservada con mimo por la familia: «Queridísima Asunción: sigo muy bien. Cuando recibas esta carta, estaré fuera de Madrid. Voy resignado y contento. Dios, sobre todo. Llevo una muda de repuesto».



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