
En estos tiempos convulsos mis salidas a la calle solo han estado motivadas por el saludable objetivo de mantener mi cuerpo en una forma física medianamente aceptable para mis años.
Hoy no. Hoy he puesto el computador personal en modo ciudadano y he caminado por la ciudad centrado en la observación del entorno. La experiencia me ha aportado dos visiones contradictorias.

La primera, de cambio altamente positivo: el comercio.
No recuerdo que me hubiesen tratado tan amablemente en décadas. Tiempo atrás, después de una tarde de «shopping», solía resumir el intento con la frase «he comprado algo porque me he empeñado en hacerlo, no porque alguién haya insistido en venderme».
Esta mañana, sin embargo, he sido recibido con afecto, mimado, acompañado, aconsejado… en todos y cada uno de los establecimientos visitados. Empleados y empleadores se han esforzado en aunar seguridad y servicio.
Tal vez sea porque son conscientes de que su futuro está en juego y depende de nosotros, los clientes.
El segundo escenario difiere radicalmente: la función pública considerada «no esencial».
Sí, esa parte de la Administración que trabaja tras una mesa de despacho o una ventanilla, la misma que retratara Mariano José de Larra, en realidad Juan Pérez de Munguía, en la revista «El pobrecito hablador» allá por los años treinta del siglo pasado y que parecía absolutamente superada. Nada que ver con esos otros funcionarios, ejemplo de abnegación y entrega en el cumplimiento de sus obligaciones, que llevan meses de duro esfuerzo en las primeras líneas del frente de batalla pagando un tributo excesivo de sufrimiento y muerte en su lucha cruenta por cuidar nuestra salud, seguridad y supervivencia.
¿Por qué las oficinas de Hacienda, Catastros, Diputaciones…, por ejemplo, permanecen cerradas a «cal y canto»? ¿Por qué no se toman medidas similares a las exigidas a las empresas para abrir sus establecimientos y negocios, barreras protectoras, mascarillas y geles incluidos, y atienden, al menos, aquellos casos qué por su carácter urgente o consecuencias no admitan demora?
Cierto que todas muestran en su entrada una relación de números de teléfono y direcciones web alternativas para realizar trámites vía telemática. Se da por hecho, pues, que cuantos demandan el servicio de manera presencial, esos que acuden a la oficina de la sede cargados con una carpeta de documentos originales que custodian con primor para solucionar un error o un problema administrativo, están capacitados para navegar con fluidez por el océano «www» y cuentan, además, con la pertinente firma electrónica sin la cual ninguna gestión importante es posible.
¿Tan difícil es abrir puertas en condiciones de prevención de riesgo similares a la del pequeño o mediano comercio?
Tal vez sea porque son conscientes de que su futuro está asegurado y no depende de nosotros, los ciudadanos.
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