
Resulta cada vez más complicado mantener esa actitud paciente que se nos demanda para afrontar la situación. ¡Hay que sumar! ¡Salgamos ahora de esta, luego pondremos las cosas en orden!
De acuerdo. Pero, personalmente, me inquietan dos preguntas: Tal y como vamos, ¿podremos, en serio, salir? Y, si finalmente lo logramos, ¿qué permanecerá en pie de nuestro mundo anterior? ¿Como quedará la sanidad, la información, educación, la universidad…?, ¡si hasta la muy respetada y querida Guardia Civil ha sido puesta en entredicho!
La capacidad y competencia del carísimo cuerpo de asesores a sueldo de las autoridades que nos hemos dado, y de ellas mismas, están más que acreditadas. Por eso han actuado con rapidez y eficacia, gestionado las mejores compras y, por eso, en breve, nuestros niños al fin podrán salir de su confinamiento.
Sí, pero para acudir a supermercados, farmacias ¡y bancos!
A esta hora, ¡claro!, porque en función del tono que se desprenda de esa fuente de creación de opinión pública que son las redes sociales, tan limpias de cualquier sospecha de manipulación e intencionalidad ideológica, o de los resultados que difunda el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), modelo de imparcialidad científica, en cuestión de minutos puede cambiar: «Donde ayer dije digo, ahora digo Diego». Eso es evolución y flexibilidad adaptativa.
El tema escolar no es menor y la gravedad del asunto crece a medida que se asciende en la pirámide educativa. Los instrumentos técnicos al alcance de alumnos y profesores, así como la formación de éstos en didácticas no convencionales, queda en entredicho. Son carencias que de forma personal y con medios propios, en un alarde de profesionalidad, la mayoría de ellos está solventando con dignidad y eficiencia (de los otros, mejor olvidarse).
El recurso al «sí, pero no» que genera la ambigüedad políticamente correcta, y sobre todo, el miedo a la fuga de voto en próximas consultas de todo tipo, tiene su máxima expresión en el asunto del «aprobado general» a nivel universitario.
La confrontación está servida. Las presiones y demandas del colectivo de estudiantes que sólo ellos saben, exceptuando a aquellos que lo han permitido, qué intención los ha llevado hasta las más altas aulas ya que la de alcanzar una formación queda descartada, son enormes y descabelladas.
Exige se den por «aprobadas» todas las asignaturas, incluso las de un cuatrimestre donde no se ha llegado a impartir ninguna docencia. Exige que no se recurra al examen oral. Exige, en respeto a su derecho a la intimidad dicen, no haya cámaras que comprueben quién y cómo realizan las actividades evaluadoras…
El frente opuesto lo ocupan aquellos que, responsables con su trabajo, esperan labrarse un futuro digno y libre de dependencias clientelares, quienes, hartos de los derechos de quienes nunca se hicieron acreedores a ellos, reclaman justicia y dignidad para unas titulaciones cada vez más devaluadas por la facilidad con que se regalan.
El problema no es menor. Las certificaciones académicas universitarias están reconocidas internacionalmente. En estas fechas se están produciendo reuniones de decanos de facultades de derecho que estudian el modo de impedir por vía jurídica que la política fácil y rastrera acabe también con el crédito que le resta al mundo universitario español.
En circunstancias difíciles es cuando el ser humano, consciente o inconscientemente, desarrolla todo potencial creativo para afrontar las situaciones y vencer a la adversidad, pero también son momentos en los que aflora lo más oscuro que se esconde en lo profundo de ciertas personalidades que buscan solo un beneficio personal.
Confirmo: Cada vez me resulta más complicado mantener esa actitud paciente que se nos demanda para afrontar la situación… y comprender a quienes la gestionan.
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