

El momento actual, complicado cualquiera sea la dirección hacia la que se dirija la mirada, me ha recordado dos viejas lecturas de aquellas que, cuando el Bachillerato era eso, Bachillerato, estabas obligado a digerir si querías acceder al aprobado –en esos lejanos tiempos juveniles ni la ciencia ficción más osada podía imaginar que el futuro admitiría la, tan habitual hoy, «titulación de despacho»–, que confirman lo acertado de expresiones coloquiales tan manidas como «nada hay nuevo bajo el sol» o «la Historia se repite». Reproduzco a continuación fragmentos de dos libros de autores que figuran inscritos con letras de oro en listado de genios de la cultura, el arte y la razón, que así lo avalan. Los primeros párrafos se centran en la actuación política; los finales aluden a derechos inalienables: la igualdad, la libertad y… la educación.
Acerca de política y sociedad
«Así, cuando en una nación la masa se niega a ser masa -esto es, a seguir a la minoría directora-, la nación se deshace, la sociedad se desmembra, y sobreviene el caos social, la invertebración histórica. Un caso extremo de esta invertebración histórica estamos ahora viviendo en España. Todas las páginas de este rápido ensayo tienden a corregir la miopía que usualmente se padece en la percepción de los fenómenos sociales. Esa miopía consiste en creer que los fenómenos sociales, históricos, son los fenómenos políticos, y que las enfermedades de un cuerpo nacional son enfermedades políticas.
»Ahora bien, lo político es ciertamente el escaparate, el dintorno o cutis de lo social. Por eso es lo que salta primero a la vista. Y hay, en efecto, enfermedades nacionales que son meramente perturbaciones políticas, erupciones o infecciones de la piel social. Pero esos morbos externos no son nunca graves. Cuando lo que está mal en un país es la política, puede decirse que nada está muy mal. Ligero y transitorio el malestar, es seguro que el cuerpo social se regulará a sí mismo un día u otro. En España, por desgracia, la situación es inversa. El daño no está tanto en la política como en la sociedad misma, en el corazón y en la cabeza de casi todos los españoles.
»¿Y en qué consiste esta enfermedad? Se oye hablar a menudo de la «inmoralidad pública», y se entiende por ella la falta de justicia en los tribunales, la simonía en los empleos, el latrocinio en los negocios que dependen del Poder público. Prensa y Parlamento dirigen la atención de los ciudadanos hacia esos delitos como a la causa de nuestra progresiva descomposición. Yo no dudo que padezcamos una abundante dosis de «inmoralidad pública»; pero, al mismo tiempo, creo que un pueblo sin otra enfermedad más honda que esa podría pervivir y aun engrosar […]. Podrá irritar nuestra conciencia ética el hecho escandaloso de que esas formas de «inmoralidad» no aniquilen a un pueblo, antes bien, coincidan con su encumbramiento; pero mientras nos irritamos, la realidad sigue produciéndose según ella es y no según nosotros pensamos que debía ser.
»La enfermedad española es, por malaventura, más grave que la susodicha «inmoralidad pública». Peor que tener una enfermedad es ser una enfermedad. Que una sociedad sea inmoral, tenga o contenga inmoralidad, es grave; pero que una sociedad no sea una sociedad, es mucho más grave. Pues bien: este es nuestro caso. La sociedad española se está disociando desde hace largo tiempo porque tiene infeccionada la raíz misma de la actividad socializadora.
»El hecho primario social no es la mera reunión de unos cuantos hombres, sino la articulación que en ese ayuntamiento se produce inmediatamente. El hecho primario social es la organización en dirigidos y directores de un montón humano. Esto supone en, unos, cierta capacidad para dirigir; en otros, cierta facilidad íntima para dejarse dirigir. En suma: donde no hay una minoría que actúe sobre una masa colectiva, y una masa que sabe aceptar el influjo de una minoría, no hay sociedad, o se está muy cerca de que no la haya […].
»Dondequiera asistimos al deprimente espectáculo de que los peores, que son los más, se revuelven frenéticamente contra los mejores. ¿Cómo va a haber organización en la política española, si no la hay ni siquiera en las conversaciones? España se arrastra invertebrada, no ya en su política, sino, lo que es más hondo y substantivo que la política, en la convivencia social misma. De esta manera no podrá funcionar mecanismo alguno de los que integran la máquina pública.
»Hoy se parará una institución, mañana otra, hasta que sobrevenga el definitivo colapso histórico. Ni habrá ruta posible para salir de tal situación, porque, negándose la masa a lo que es su biológica misión, esto es, a seguir a los mejores, no aceptará ni escuchará las opiniones de éstos, y sólo triunfarán en el ambiente colectivo las opiniones de la masa, siempre inconexas, desacertadas y pueriles […]».
José Ortega y Gasset, La España invertebrada, 1921.
La educación y su objeto
Doctrina Shigaliov para alcanzar la igualdad entre los hombres, «todos esclavos e iguales en la esclavitud». Es necesario:
«La división de la humanidad en dos partes desiguales. Una décima parte recibe libertad personal y un derecho ilimitado sobre las nueve décimas partes restantes. Éstas últimas deberán perder toda individualidad y convertirse en una especie de rebaño, y, mediante su absoluta sumisión, alcanzarán, tras una serie de regeneraciones, la inocencia original, algo así como en el Paraíso terrenal. Tendrán, sin embargo, que trabajar».
Las herramientas para conseguirlo según las anotaciones del Cuaderno de Shigaliov:
«El espionaje. Cada miembro de la sociedad espía a los demás y está obligado a delatarlos. Uno para todos y todos para uno. En casos extremos, calumnia y asesinato, pero ante todo igualdad.
»Como primera providencia se rebaja el nivel de la educación, la ciencia y el talento. Un alto nivel de ciencia y educación vale sólo para mentes excepcionales, ¡y las mentes excepcionales están de más!
»Las mentes excepcionales han alcanzado siempre el poder y han sido déspotas. A Cicerón había que dejarlo mudo, a Copérnico dejarlo ciego, a Shakespeare apedrearlo.
»Los esclavos deben ser iguales. Sin despotismo no ha habido nunca ni libertad ni igualdad, pero en el rebaño habrá necesariamente igualdad».
Fiódor Dostoyevski, Los demonios (Los endemoniados), 1872.
Y ahora la pregunta: ¿Viajamos hacia atrás en el tiempo o es éste un bucle cíclico?
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