Nuestro presente educativo
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Reflexiones centradas en un examen


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Me atrevería a afirmar que la mayoría de quienes hemos dedicado vida y esfuerzo a dar respuesta adecuada a la responsabilidad que la sociedad delegó en nosotros, la de formar a sus miembros más jóvenes, estamos desolados. Los valores y principios básicos que secularmente han orientado las estrategias educativas están en franca desintegración.

El problema va más allá de que, en estadios inicial y medio, se impartan más o menos conocimientos, o que se pretenda imponer líneas de actuación y pensamiento concretas, legítimas todas, pero cuya adopción es una decisión personal que solo al educando corresponde cuando disponga de la madurez, capacidad de razonamiento crítico e información suficientes para tomar la dirección concreta que marcará su futuro. Atañe, sobre todo, a la carencia de destrezas básicas de lectura comprensiva, de capacidad para el análisis textual o numérico, para la argumentación, la exposición, el debate…, pero también al grado de implicación, la responsabilización, la actitud de compromiso para consigo mismo y los demás, los hábitos de trabajo, el sentido común y, especialmente, la negación a cualquier proceso de autocrítica, por lo que la culpa del propio fracaso o incompetencia recae siempre sobre otros.

Año a año, la debacle en el primer curso de cualquier grado —más evidente por razones obvias en las ramas de las Ciencias Experimentales—, incrementa el dramatismo de la situación. Los disparates expuestos por estudiantes en situaciones de evaluación o examen, siempre fueron frecuentes, llegándose, incluso, a recoger como compendios de respuestas graciosas publicadas a modo de antologías humorísticas.

Pero lo de ahora es diferente y no mueve a la sonrisa sino a la preocupación. Aquello era anécdota aislada y puntual, esto es norma y general. Evidentemente la visión que poseo del tema es parcial y no abarca al conjunto universitario, aunque temo que, por las referencias que me llegan, no debe distanciarse mucho de lo que describo, de momento, únicamente como una percepción personal.

La motivación que mueve estas líneas tiene como origen el resultado del primer examen propuesto en el primer curso de un grado de Ciencias Experimentales de una conocida y prestigiosa Facultad. Una prueba que, con mínimas variantes en los datos, no en la cuestión, se aplicó cuatro años atrás por el mismo equipo docente. Entonces fue superada por casi un setenta por ciento del alumnado. Ahora no llega al veintiocho por ciento. La estadística es relevante, pero no es lo esencial. Algunos detalles (la relación exhaustiva sería interminable):

  • Un centímetro cúbico de cualquier líquido equivale a mil litros.
  • El tres por ciento de diez mil es treinta mil.
  • Para obtener una disolución total de setecientos cincuenta mililitros con tres substancias es necesario utilizar ciento doce litros de una de ellas.
  • Solo un treinta por ciento resuelve correctamente un problema que implica la aplicación de un sistema de dos ecuaciones simples con dos incógnitas.
  • Ante la avalancha de dudas, uno de los examinadores ha de leer en voz alta la redacción de las cuestiones, subrayando los párrafos, las enumeraciones, los datos… Ninguna de ellas superaba los cinco renglones de texto.
  • Un alumno: «Profesora: He contestado la pregunta tres dos veces. No estoy seguro de la respuesta. ¡Por favor, elija la correcta!

Todos estos alumnos han superado una prueba de selectividad con calificaciones entre diez y trece, cosa que airean a la menor contrariedad.

¿Dónde buscar la raíz del problema? Las víctimas son evidentes para cualquiera que no esté implicado en el desarrollo del sistema.



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